Estrellándonos contra el mundo

Hace unos días un joven copiloto alemán decidió terminar su vida y de paso, la de todos los pasajeros del vuelo. Desde entonces no paran las versiones de lo que pudo pasarle o no por la mente, pero sin ningún reparo, se ha sacado a relucir su historia clínica y en ella, sus episodios de depresión.

No es que lo que hizo haya estado bien, pero sí resulta preocupante que a la ya de por sí muy estigmatizada depresión, le sigan cayendo juicios de pseudoexpertos en salud mental. Después de este episodio ¿será más difícil contarle al mundo que estoy deprimida?  Sí. Porque ya lo es. Muchos creen que esto que «tengo» es puro negativismo, falta de ganas de salir adelante, que lo que necesito es comenzar una programación neurolingüística, hacerme un baño de ruda y otras ocurrencias.

Después del boom mediático de un depresivo que se suicida estrellando un avión lleno de pasajeros, ¿será más fácil tener que presentar mi incapacidad médica cuando el diagnóstico dice: Depresión? Por supuesto que no.  Es que sin copiloto estrellando aviones, el estigma de la depresión ya resultaba difícil de llevar, ahora que solo se le atribuye a esa enfermedad la causa de la decisión del copiloto es mayor.

Culpan a la empresa alemana por haber permitido que un joven con depresión continuara con su carrera como copiloto, y entonces yo me pregunto ¿De ahora en adelante, todos los que padecemos depresión estamos condenados a no obtener trabajos ni a buscar actividades que permitan cumplir nuestros sueños? Tal parece que sí, porque el boom de esta noticia, manejada sin rigor médico, ha convertido a los deprimidos del mundo, en seres peligrosos y oscuros.

Aceptar ese diagnóstico de depresión es difícil para quien lo recibe, aceptar que es una enfermedad es un proceso lento y doloroso, pero tristemente, la ignorancia y la incomprensión de quienes nos rodean y ahora, de gran parte del mundo, hará que sigamos estrellándonos contra el mundo.

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